¿Sindicatos, para que?

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... Un patrón dice “mira, déjate de sindicatos e intermediarios y pactemos tu y yo, libremente, tus condiciones laborales” y el minúsculo obrero responde “¡si señor!”.

Las políticas neoliberales y más recientemente la crisis económica y  sus efectos devastadores en el empleo y en la legislación, han debilitado a los sindicatos y  expuesto sus carencias, que con todo, aún son las organizaciones sociales mas fuertes. En base a esto se discute, con ánimo constructivo, dentro y fuera de sus filas,  sobre sus posibles reformas, pero también se escuchan voces que descalifican su labor, cuestionan su representatividad e incluso su derecho a la vida.  Muchas de las preguntas que se hacen ahora sobre el sindicalismo son muy viejas, le han acompañado desde su nacimiento y probablemente nunca tendrán respuestas definitivas. Pero son legítimas esas preguntas, que también podrían hacerse sobre otras organizaciones.

Por ejemplo, cuando en las manifestaciones por la calle de Alcalá, pasamos delante del elegante edificio del Casino de Madrid, yo me pregunto ¿para que servirá un casino? Tal vez en paralelo al debate sobre el futuro de los sindicatos habría que hablar del de los casinos y círculos mercantiles y bancarios y grupos económicos ¿A que se dedican? ¿los necesita la sociedad? ¿Quién los financia?.  En esa línea, preguntaría, sin dudar de su legitimidad, sobre la representatividad de la CEOE,  ¿quien se la otorga? ¿hacen elecciones? ¿Cuántos empresarios participan?

A quienes  le dan vueltas al tarro sobre  la utilidad de los sindicatos  cuando, al  parecer,  ya no hay “obreros”, los liberales de hoy y los conservadores de siempre responderán sin titubeos que ninguna falta hacen y que su subsistencia solo sirve a los “liberados”, y de ahí nos le va a sacar nadie. No pueden decir abiertamente lo que piensan. Como que   hay que reducir aún más, mucho más, los costes salariales, y que para eso tienen que cargarse los convenios colectivos y que en ese camino la única piedra gorda son los sindicatos. Tienen, pues que ir a por estos por lo civil o por lo criminal. Literalmente, véanse los procesos de Airbus y otros muchos.

La novedad de las últimas décadas es que esta opinión antisindical es compartida también por algunos exponentes de los nuevos grupos  “radicales”. Novedad relativa porque  en  el Mayo francés  algunos  ya lo decían y lo repitieron otros movimientos “contestatarios” posteriores.

Es comprensible que haya quien quiera conocer todos los pros y contras de la cuestión para formar su opinión, y  mi consejo es que si se quiere una explicación breve, pero seria y razonada, de porqué son, más que nunca, necesarios los sindicatos se lea el libro de Antonio Baylos  ¿Para que sirve un sindicato?. Instrucciones de uso. Los argumentos en contra también están difundidos con fluidez por finos pensadores como Salvador Sostres,  pero en resumen donde se expresan mejor es en  la celebrada viñeta de El Roto, publicada en El País, donde un gigantesco patrón, del que solo se ven los pies, dice “mira, déjate de sindicatos e intermediarios y pactemos tu y yo, libremente, tus condiciones laborales” y el minúsculo obrero responde “¡si señor!”.
Otras dudas recurrentes son las que  se refieren al ámbito de acción  prioritario si es dentro o fuera de la   empresa; si debe prevalecer la representación de los trabajadores sobre la  organización. Sobre esto la literatura laboralista y sindical se ha ocupado mucho sin que pueda determinarse que es mejor o peor pues los modelos sindicales están encuadrados por la cultura política y las tradiciones obreras de cada país. El sindicato es ante todo, universalmente, una asociación de trabajadores.

Es gracioso que desde la derecha se acuse de politización a los sindicatos españoles, y más aún cuando dicen que eso solo ocurre aquí. Todos los sindicatos europeos, empezando por los alemanes, provienen de tendencias políticas de uno u otro signo y al margen de que, en su gran mayoría, ya no tienen dependencias partidarias, siguen “interviniendo” en política pues una gran parte de los problemas sociales  incumben, como no puede  ser de otra manera, al gobierno y al parlamento. En palabras de Alain Touraine, para que el sindicalismo tenga futuro debe situarse  en la economía globalizada y convertirse en una fuerza “política”, al mismo tiempo que se hace más independiente de los partidos políticos.

No creo yo que sea fácil dirigir un sindicato en los tiempos que corren, y menos dar “consejos” a sus dirigentes, pero arriesgándome a desbarrar, diría que si algo tienen que hacer es politizarse más, dotar a los delegados de base y a los cuadros de una formación política e ideológica, más necesaria que nunca. Es bueno que manejen las nuevas tecnologías, pero deben de conocer también las raíces del movimiento obrero.

Aparato. Es lógico que los sindicatos tengan dirigentes y personal profesionalizado y que reciban subvenciones estatales (¿o solo Caritas lleva a cabo programas de interés social?) de las cuales tienen que hacer una gestión transparente, pero no creo que esos medios sean lo principal para  funcionar bien. La mayor huelga general fue la de 1988 y las estructuras sindicales eran mas ligeras.

Fortalecerse en las empresas. Reforzar las prácticas de información continua a los compañeros, de consultas, de participación. Cuando el Régimen franquista, tras un corto periodo de vacilación, lanzó en 1966 una ofensiva para desmantelar el pujante  movimiento de las Comisiones Obreras, estas se replegaron en las empresas,  donde mantenían el apoyo, y desde allí recuperaron las fuerzas, que en la etapa final de la dictadura las llevaron a encabezar la lucha contra las operaciones continuistas.

Alianzas. Igual que en el pasado hubo gran sintonía entre el movimiento estudiantil y el obrero, y entre éste y sectores de la intelectualidad, hoy el sindicalismo de clase está participando en plataformas y alianzas con los movimientos sociales que han surgido en diversos campos. Pese a muchos recelos y menoscabos por parte de algunos de estos colectivos es correcto perseverar en esa línea, especialmente en las movilizaciones de calle, preservando la  competencia del sindicato en los centros de trabajo y en las relaciones laborales.

Sindicalismo sin fronteras.  Si bien los problemas son cada vez mas irresolubles dentro de las fronteras nacionales, para el sindicalismo el hábitat natural sigue siendo el ámbito doméstico. En los peores momentos de la crisis económica hubo numerosas huelgas nacionales pero no llegó a cuajar una acción conjunta contundente. Las dificultades de la Confederación Europea de Sindicatos para europeizar las respuestas solo pueden corregirse si los grandes sindicatos nacionales dan un nuevo impulso como el que dieron los fundadores de la CES en 1973, o como el que se produjo con la reforma estatutaria de 1991, cuando se  aprobó la idea, todavía no culminada, de transformar la CES en un  sindicato supranacional. Ese espíritu renovador debería retomarse de cara al próximo congreso.


Consejero del Comité Económico y Social Europeo por CCOO
Colaborador de la Fundación 1º de Mayo

 

Juan Moreno