El sorprendente regreso de Berlusconi

Sottotitolo: 
Después de su regreso con la "Gran Coalición", el Caballero apunta directamente al Quirinale a través de una reforma constitutional  semipresidensialista.

Tras el anuncio de la formación del gobierno Letta, Giorgio Napolitano [Presidente de la República] en su breve pero significativa declaración ha afirmado que se trata de un gobierno político. Es algo obvio a menos que se quiera precisar que no se debe hablar de un «gobierno del Presidente». Se puede hacer si de lo que se trata es de renunciar a una fórmula. Pero no quita que se trata de un gobierno que no se habría formado sin la determinación de Napolitano. Sin su duro e inusual discurso en el Parlamento indicando con qué mayoría y cuál debería ser el eje del programa para formar gobierno y sin la velada amenaza de denunciar las eventuales resistencias ante el país. Ahora bien, sea cual fuere la definición del neonato gobierno vale la pena hacer dos consideraciones sobre el fondo político y sus posibles efectos colaterales de tipo institucional.

Sobre el primer punto es necesario recordar que la formación del gobierno Letta, vicesecretario del Partido democrático, es la ruina de la perspectiva de Bersani, que hasta el otro día  era el secretario del partido. Bersani era obstinadamente contrario –no sin razón— a una Gran coalición con el partido de Berlusconi. Si Bersani hubiera cedido sobre este punto habría podido tranquilamente ser jefe del gobierno con la satisfacción de Napolitano y el apoyo de Berlusconi. Habiendo rechazado esta posibilidad su línea ha sido derrotada y Bersani ha aceptado con lealtad el ostracismo que aguardaba a los generales derrotados de la antigua Grecia. Pronto será olvidada su suerte quedando las devastadoras dificultades que la formación del gobierno con Berlusconi ha creado o exasperado en el Partido democrático. Éste ya había dado pruebas de su inconsistencia disipando la posibilidad de llevar a la presidencia de la República primero a Marini, después a Prodi y en última  instancia a Stefano Rodotà.

Con un análisis, caracterizado por un distanciamiento británico, Anatole Kalesky, autorizado comentarista del Internacional Herald Tribune, ha escrito: «Aparentemente los vencedores han sido Giorgio Napolitano y su nuevo primer ministro, Enrico Letta… Pero el vencedor ha sido Silvio Berlusconi que ha vuelto a emerger como la figura dominante de la política italiana. [El gobierno] podrá perder la confianza si en cualquier momento Berlusconi considerara que se han puesto en marcha medidas que chocan con sus intereses personales o su estrategia política». Es un diagnóstico aparentemente brutal, pero desafortunadamente realista.

Por ello conviene dar la palabra  al segundo punto: a los posibles ´efectos colaterales´ de la formación de este gobierno (del Presidente).  Muchos comentaristas han exaltado el papel salvífico de Napolitano, aludiendo (incluso para negarlo, como ha hecho Andrea Manzella en La Repubblica) a la impronta de un cambio tendencial hacia un régimen semipresidencialista a la francesa. Pero la evolución del papel del Presidente es del todo evidente.  Y no es peregrina la idea de legitimar este papel, siguiendo el modelo francés con el voto popular con el ballotage incluido. Este es un sistema que también la izquierda propone para la elección de los diputados. Es un modo de estabilizar el bipartidismo incompleto a la italiana ante los últimos resultados electorales y liquidar el poder de interdicción que una cuarta parte del electorado le ha dado al movimiento de Grillo.

La solución presidencialista es para el centro derecha la madre de todas las reformas  constitucionales. Hace un año que Berlusconi y su segundo [Alfano] avanzaron la propuesta del semipresidencialismo como «el hecho fundante de la tercera república». Y Giovanni Sartori escribía: «De manera brusca Berlusconi (que tiene mucho talento y que no se resigna a estar en el banquillo) se saca del sombrero el modelo francés, un sistema electoral en dos vueltas, coronado con un semipresidencialismo». Ahora ese diseño está ampliamente reforzado.  

El prototipo del semipresidencialismo debe situarse en la Quinta república francesa. Era a finales de los años cincuenta cuando, frente a la disolución del sistema de partidos de la Cuarta república, Charles De Gaulle fue llamado a presidir el gobierno. De Gaulle tuvo el mérito de poner fin a la guerra de Argelia con los acuerdos de Evian, promoviendo la independencia de la última colonia francesa. Pero, con el fin de de que su papel no quedara ambiguamente relacionado a un estado de excepción se convocó en 1962 un referéndum que, con un desbordante consenso popular, instauró el régimen semipresidencialista de la Quinta república. En Italia no tenemos, hoy, una situación de emergencia dictada por una guerra colonial. Pero el sistema de partidos se ha fragmentado y las condiciones económicas y sociales han alcanzado un nivel de gravedad sin precedentes en la posguerra. Un referéndum popular para aprobar una modificación constitucional podrá dar una salida favorable a este tránsito hacia un sistema análogo al francés.  

Que la derecha apunte a esta modificación no es un misterio.  En el ballotage la derecha tiene la ventaja de una mayor capacidad de unificación del electorado moderado y de atraer el consenso de las oligarquías dominantes.  No es casual que, en Francia, entre 1962 y el 2012, seis presidentes sobre siete han sido de centroderecha; en Italia, la izquierda nunca ha brillado por la capacidad de presentarse unida. Y esta posibilidad se ha hecho totalmente evanescente tras este gobierno de amplias alianzas: la única oposición a Berlusconi ha quedado en las manos del Movimiento de Beppe Grillo, que ya se han hecho con algunos millones de los votos del Partido democrático.  

Cierto, ahora es el momento de la calma y prevalece el entusiasmo de Scalfari por el inesperado el dorado del gobierno Napolitano – Letta. Es un giro de 180 grados con respecto a algunas semanas atrás cuando la crisis italiana se parangonaba con la de la República de Weimar. Un parangón verdaderamente enfático e infundado.  No hemos perdido una guerra, y el problema es la disgregación del sistema de partidos, empezando por la izquierda en analogía a lo ocurrido en la Cuarta república francesa. Entonces, como es sabido, fue llamado el general De Gaulle que ya estaba jubilado en su lejana residencia de Colombey-les-Deux-Eglises. A nosotros nos ha bastado llamar a Giorgio Napolitano para que renunciase a una codiciada vida privada.

Si su edad hubiera sido menos avanzada habría bastado elegirlo presidente con un voto directo en sufragio universal para formalizar la nueva forma de presidencialismo a la francesa. Pero ya es tarde y el redivivo Silvio está al acecho. No es por casualidad que haya impuesto a Gaetano Quagliarello como ministro de las reformas institucionales, por ahí pasarán y tomarán forma las propuestas de modificación de la Constitución. En definitiva, con un sistema electoral a la francesa que es lo que le gusta a la derecha y a una parte de la izquierda, el semipresidencialismo ha tomado la delantera en los hechos. Y si antes los tribunales no han deliberado que se prohibe a Berlusconi  todo cargo público –que no es imposible, sino improbable como muestra una larga experiencia— lo veremos cultivando la experiencia de transformar el íncubo de la cárcel en el sueño del Quirinal.  

(Traducción de José Luis López Bulla)