La Italia de Renzi y la Europa del 25 de Mayo

Sottotitolo: 
Muchos gobiernos han pagado el precio de la complicidad de las élites nacionales con la política de austeridad y de reformas antisociales de las autoridades europeas. Orígenes y contradicciones de la "excepción" italiana.  

1.    Hace quince años el euro nació bajo los mejores auspicios. La Unión Europea estaba atravesando la fase de más alto desarrollo de las últimas décadas. El ritmo de crecimiento del empleo había superado incluso al de los Estados Unidos de la New economy. Tras la conferencia extraordinaria de los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea (Lisboa 2000) dedicada al desarrollo del empleo, la Comisión Europea calculó que que, a finales de la década, los países de la Unión alcanzarían el pleno empleo. Bajo estos favorables auspicios se inició el nuevo siglo del euro.
Sabemos que los años que siguieron no estuvieron a la altura de las promesas. En todo caso, la fase crítica de la economía europea empezó con la crisis de 2008, simbolizada en América por el colapso de la Lehman Brothers. La Unión Europea y, en particular, la eurozona reaccionaron a la crisis con la política de austeridad. Un contrasentido, cuyos resultados están a la vista.

La comparación con los EE.UU., donde surgió la crisis, es instructiva y despiadada. Tras la Gran recesión, a partir de 2010, los Estados Unidos continuaron su camino de crecimiento, aunque lento y discontinuo: la renta nacional ha vuelto a niveles anteriores a la crisis; el desempleo, que había alcanzado el 10 por ciento, ha bajado al 6,4 por ciento.  Por el contrario, en la eurozona bajo la cura de caballo de la austeridad ha permanecido atrapada entre la recesión y el estancamiento, mientras el desempleo ha continuado aumentando hasta apuntar al 12 por ciento (el 13,6 en Italia) con cotas catastróficas superiores al 25 por ciento en Grecia y España.  La política malsana de la eurozona, obsesivamente inspirada en la austeridad, no podía  ser peor.

2.    En este cuadro hay que interpretar los resultados de las elecciones al Parlamento europeo. En los últimos treinta y cinco años estas elecciones han tenido un carácter más ritual que substancial. Esta vez no ha sido así. El Parlamento europeo se ha caracterizado, hasta la presente con excepciones marginales, por  una especie de partido único, formado por populares y socialistas, teológicamente filoeuropeo. Ahora, cerca del 30 por ciento de los nuevos electos pertenece a las filas de los “euroescépticos” cuando no abiertamente a favor de la salida de la Unión Europea.

Si se hubiese votado  en 27 países de los 28 que componen la Unión, los dos partidos que forman la mayoría histórica del Parlamento europeo estarían por primera vez en minoría. Solo con el añadido de los representantes de los partidos alemanes, la base de la Gran coalición (CDE –CSU y los socialdemócratas), los dos partidos históricos del Parlamento europeo –populares y socialistas— recuperan una exigua mayoría.   Pero, más allá de la nueva composición del Parlamento, la novedad está en la fuerte derrota que han sufrido los gobiernos que están en la base de la construcción europea y de la eurozona. Los resultados electorales en Gran Bretaña y Francia cambian la geografía política de la Unión Europea.

Por primera vez en la historia secular de la democracia británica, los dos partidos de gobierno (conservadores y laboristas) salen derrotados por un tercer partido, el UKIP, partidario de la salida de la Unión, dejando atrás a los laboristas y relegando al tercer puesto a los conservadores que dirigen el gobierno con David Cameron. Según los sondeos, UKIP puede ser el primer partido en las elecciones generales de 2015, poniendo sobre el tapete la salida de la Unión europea.  Pero, incluso si esta circunstancia no se verificase, Cameron –intentando remontar la corriente— oreintará  su esfuerzo a un referéndum sobre “o dentro o fuera” de la Unión Europa. Todo ello en un cuadro que, más allá de la posición radicalmente “separatista” de UKIP, una mayoría de los conservadores tiene una orientación euroescéptica, si no abiertamente hostil a la Unión, y el Partido laborista de Ed Miliban está dividido en su interior.  La Unión sin la Gran Bretaña significaría una mutación histórica del horizonte europeo. Pero el debate post electoral está púdicamente lejos de una reflexión histórica de fondo sobre el futuro de la Unión y de sus errores  que le han llevado a este estado de cosas.

Las elecciones en Francia, desde el punto de vista de la eurozona, han sido más explosivas.  El Front National de Marine Le Pen ha sobrepasado tanto al partido socialista del presidente Hollande que dirige el país como  a la oposición del UMP. La patria de los padres fundadores de la Unión y, posteriormente, del euro –desde Monnet a Schuman hasta Miterrand y Délors--  ve ahora a sus históricos partidos que, conjuntamente, han quedado reducidos a un tercio de los partlamentarios europeos. El partido socialista de Hollande, dos años después de la conquista de la mayoría y de la presidencia, reducido a un mísero 14 por ciento del voto europeo. Y, según los sondeos, Marine Le Pen –tras haber dominado las elecciones locales y las europeas--  puede apuntar realmente al Elíseo con su plantaforma anti Unión. En todo caso, prescindiendo de los pronósticos, la partnership franco-alemana que ha sido durante más de medio siglo el eje de la construcción europea pierde sentido tras el colapso de los dos partidos principales que han sido históricamente los protagonistas de la Unión.

3.    Los resultados de las elecciones de mayo han aparecido como sorprendentes en muchos aspectos. En realidad confirman clamorosamente el efecto mortal de la política del eje Berlín – Bruselas en los gobiernos de un gran número de países miembros.

Es España, el Partido Popular de Mariano Rajoy, que había ganado las elecciones a finales del 2011 con una amplia mayoría del 45 por ciento, ha visto que estallaba su apoyo electoral bajando casi veinte puntos.  En Grecia, Nueva Democracia, el partido de Antonis Samaras, a la cabeza del gobierno, ha sido superado por Syriza, dirigido por Alexis Tsipras, que exige la liquidación de las catastróficas políticas de la troika. Mientras, el Pasok, Movimiento socialista panhelénico, que triunfó con George Papandreu en las elecciones del 2009 con el 44 por ciento de los votos ha desaparecido prácticamente de la escena, quedando reducido  dentro de una coalición de iquierda moderada Elia (Olivo) a un humillante 8 por ciento de los votos.

Los casos en los que nos hemos centrado no son aislados. Otros muchos gobiernos han pagado el precio de la complicidad de las élites nacionales con la política de austeridad y de reformas antisociales de las autoridades europeas. En efecto, los únicos partidos históricos que salen vencedores de las elecciones europeos son los dos que forman la Gran coalición en Alemania que conquistan entre ambos los dos tercios de los escaños en juego del Parlamento europeo. Una clara e inequívoca señal de la hegemonía que ha ejercido Alemania sobre la Unión y, en particular, sobre la eurozona.

En su conjunto, las elecciones europeas reflejan con sus resultados no sólo el fracaso de las políticas económicas y sociales que la Unión y, particularmente, la eurozona ha llevado a cabo para salir de la crisis. No menos grave se revela la crisis política de los regímenos democráticos que incluso la constitución de la Unión europea tendría que haber reforzado indicando un modelo de democracia. Una crisis que el actual debate se empeña en oscurecer atribuyéndole la responsabilidad de la aparición de los “populismos” de derecha e izquierda y a las degeneraciones extremistas que se entrelazan, rechazando buscar las causas profundas de la insurgencia de todo ello.

4.    Diferente, y por muchos motivos opuesto a lo que generalmente se ha registrado en las elecciones de mayo, ha sido el resultado electoral en Italia. Los estragos de los gobiernos –de unos gobiernos que deberían ser la base democrática de las políticas europeas— no se han dado inesperadamente en Roma con el nuevo gobierno de Matteo Renzi.  La excepcionalidad italiana ha sido sorprendente. El gobierno de Renzi, nuevo líder del Partido Democrático y a la cabeza de un gobierno de menos de tres meses, ha superado la prueba de las elecciones europeas con un éxito total, alcanzando y superando el umbral mágico del 40 por ciento del voto.

Un éxito inesperado e intrigante han dibujado los resultados electorales, aunque no inexplicable respecto al escenario del desastre de un gran número de gobiernos en funciones. En menos de tres años, desde el otoño de 2011, tres gobiernos italianos han sido barridos por el viento de la crisis. El primero en caer, con inestimable beneficio para la higiene política del país, fue el de Berlusconi. Pero la sensación de alivio que acompañó su caída tuvo una breve duración. El gobierno tecnocrático de Mario Monti significó un implícito y duro comisionado por cuenta de la Comisión Europea. Las elecciones de 2012 decretaron su fracaso, no de manera difererente a cuanto sucedió en otros gobiernos de la eurozona. El gobierno de Enrico Letta tuvo una vida más breve, esta vez derrocado por Renzi tras haber conquistado la secretaría del Pd y decidido a asumir directamente la dirección del gobierno.

La prueba de las elecciones europeas ha tenido, así, como objeto un gobierno sin pasado, nacido tres meses antes, cuyos electores podían juzgar sólo las promesas y, sobre todo, la nueva cara de un joven líder que desprejuiciadamente renegaba de las políticas de los pasados gobiernos y de su mismo partido una vez conquistados sus objetivos.  En otros términos, comportándose como un lider de una neonata oposición. Moviéndose hábilmente sobre los escombros de los pasados gobiernos, y con una deshinibida campaña electoral diririgida a abatir el tradicional lindar entre derecha e izquierda –recuérdese el ataque al sindicato y, en particular, a la CGIL--, ha disuelto substancialmente el efímero partido que inventó Mario Monti, que había absorvido una parte de los votos del centro-derecha; ha llevado al PD una parte de los votos de “Cinque stelle”, que Grillo había obtusamente dispilfarrado  al rechazar su apoyo condicionado al intento de gobierno de Bersani; y ha recogido votos de la derecha berlusconiana en fase de disgregación. De ese modo se ha manifestado la excepción italiana que ha visto el único gobierno del mapa europeo premiado triunfalmente por el voto de mayo.

La pregunta que se pone encima del tapete es: ¿cómo quiere utilizar Renzi este éxito? La respuesta dependerá, más allá de todas las promesas de reforma, o de los «deberes» de montiana memoria, del cambio que   sea capaz de promover en la relación con las devastadoras políticas europeas. Todo un esfuerzo árduo y fuera de discusión.   Hasta ahora ningún gobierno ha conseguido  variar el eje político de la austeridad del binomio Berlín—Bruselas. Pero el resultado electoral ha abierto o, si se prefiere, hace que sea obligatoria una alternativa. ¿En primer lugar, este cambio es parte del proyecto que se orienta al «cambio» de Renzi? Lo cierto es que difícilmente se puede imprimir un giro significativo, un cambio de signo en la política de la eurozona en condiciones de aislamiento o, por el contrario, del cortejo de Angela Merkel, hábil timonel del acorazado alemán. Es lo que han hecho ya otros gobiernos de diversos colores sin ningún resultado apreciable.
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5.    Por muchas razones, que van de la historia a la política actual de la Unión, es indispensable mirar a Francia, donde el resultado electoral ha sido para el gobierno simétricamente opuesto al del italiano. François Hollande ha llevado al partido socialista francés a la peor derrota electoral de la historia de la V República. Si, por un lado, Renzi necesita imprimir un giro a la política europea para darle sentido a su victoria, Hollande, por otro lado, tiene necesidad de un giro no menos profundo en relación con la eurozona para no llevar a la masacre a su partido, repitiendo la triste experiencia del partido socialista griego de Papandreu y del español de Zapatero.  Efectivamente, no se trata de una opción diplomática sino de una línea dictada por los hechos.

Pero volvamos al caso italiano. Seis años después del brote de la crisis, la situación económica y social es la peor de las  últimas décadas.  La renta nacional ha retrocedido un 10 por ciento; la deuda pública, que estaba al 106 por ciento del PIB en 2008, ha alcanzado el 135 por ciento; el desempleo se ha más que doblado, pasando de poco más del 6 por ciento a más del 13 por ciento. Peores cosas sólo las encontramos en Grecia.

Las reformas, de las que está repleto el programa de gobierno de Renzi, que deberían servir como mercancía de cambio con Berlín y Bruselas, en algunos aspectos son socialmente mortíferas. Por ejemplo, en los casos del trabajo y  la reforma electoral, que apunta a concentrar todos los poderes en una mayoría parlamentaria artificial, privada de los contrapesos ordinarios que distinguen un régimen democrático de uno autoritario.  En otros casos son reformas deseables las de la justicia y la fiscalidad, aunque tienen algunos contenidos inciertos.  Sin embargo, unas y otras no pueden corregir un cuadro macroeconómico donde el crecimiento sigue siendo un espejismo, y la única certeza es el aumento del desempleo masivo y el rampante empobrecimiento de las familias.

El cuadro económico con el que el gobierno está llamado a confrontarse es claro, y no basta la retórica del cambio para enmascararlo. No es casual que, siguiendo sus “Recomendaciones”, la Comisión europea dibuje las perspectivas económicas italianas para el 2014 – 2015.  Basta con echarle una mirada. El crecimiento real del PIB debería ser el 0,6 por ciento en el 2014 y el 1,2 en e 2015. Calculando un nivel de inflación, según la Comisión, del 0,7 y del 1,2 respectivamente el crecimiento nominal del PIB alcanzaría en dos años el 3,7 por ciento.  Admitiendo que se realice plenamente la previsión –aunque el Benco Central Europeo indica una menor inflación, con la consiguiente reducción de los valores que la Comisión tiene como hipótesis--  el PIB nominal aumentaría en dos años cerca de 60.000 millardos y los ingresos fiscales poco menos que la mitad.  En ese mismo periodo de dos años –es bueno recordarlo--  Italia deberá pagar unos 170 millardos por los intereses. ¿En base a qué recursos? Después, a partir de 2016 debería observar el Pacto de estabilidad que impone la reducción de la deuda de una veinteava parte durante veinte años.

Esto es la imposición de las autoridades europeas. Hay que decidir si se trata de una posición irrazonable o símplemente grotesca. En el pasado, Italia hizo frente al gasto de los intereses (y en algunos años de crecimiento favorable a una reducción de la deuda) utilizando un elevado surplus primario (el surplus del presupuesto antes del pago de los intereses). Pero su consistencia depende del aumento de la renta y de los ingresos fiscales. Sobre la base del crecimiento previsto, el surplus primario –actualmente al 2,2 por ciento del PIB—puede cubrir en el curso del bienio menos de la mitad del servicio de los intereses. La suma que falta debería buscarse incrementando las tasas o recortando el gasto social o aumentando la deuda en contraste con la disciplina europea, que impone el equilibrio estructural del presupuesto.   En efecto, se trataría de perpetuar la ruinosa situación de los últimos años durante los cuales hemos tenido el aumento de los impuestos (no es casual que la Comisión recomienda el aumento de los indirectos), la reducción del gasto social y el inexorable incremento de la deuda.

El gobierno Renzi, a pesar de la consumada experiencia del ministro de Economía Giancarlo Padoan, ex jefe de los economistas de la OCDE y la agilidad mental que distingue a sus jóvenes ministros, todavía no nos ha dado luces acerca de cómo intenta salir de este embotellamiento que amenaza con aplastar definitivamente la economía italiana.  Pero así como las “Reconmendaciones” a las que nos hemos refernido serán formalizadas y se convertirán en definitivas sólo despues de la aprobación del Consejo de ministros europeo, ¿qué hará Renzi, las aprobará?  ¿Tal vez con algunos ajustes en el margen, lejos de la posibilidad de cambiar la imagen?. ¿Quizás con algún ajuste marginal lejos de la posibilidad de modificar el cuadro general? ¿O pondrá la exigencia de elaborar una alternativa a las políticas de austeridad ya experimentada con los desastrosos resultados que están a la vista de todos?

6.    La alternativa está en mostrar que el rey está desnudo. Y si lo está a los ojos de Italia, lo está también para Francia (y como ya lo hemos visto, para otros muchos países).  No es por casualidad que en Francia la Comisión europea ha recomendado que se acelere la vuelta al déficit –significativamente más alto que el italiano--, aumentando la carga fiscal y acelerando las notorias reformas de estructura, entre las cuales destacan la reducción del gasto en pensiones y atención de salud que, por cierto, es considerado por su eficiencia y calidad como uno de los más altos niveles de excelencia de los sistemas de salud pública.

¿Está dispuesto el gobierno francés  a seguir pasivamente este trayecto que está destinado a desembocar en el suicidio del Partido socialista, que fue protagonista de la construcción europea abriendo las puertas del Elíseo a Marine Le Pen? La pregunta es si los dos gobiernos, italiano y francés, se han puesto o intentan poner la cuestión del papel que todavía pueden y deben jugar para salir de una crisis que no tiene nada de fatal sino solamente el fondamentalismo ideológico de la tecnocracia de Bruselas con el apoyo determinante de Alemania.

Francia e Italia, conjuntamente (y ciertamente con el consenso de otros países en condiciones similares si no peores)  pudieron parar la espiral de una política económica insensata y autodestructiva. Pueden, pero las primeras señales tras las elecciones de mayo no van en esta dirección. El gobierno italiano tiene como objetivo lograr cambios marginales de la flexibilidad del presupuesto desde el punto de vista de ciertos tipos de inversiones a cambio de reformas estructurales fundamentales. Francia se está moviendo en una dirección similar con referencia a l' equilibrio del presupuesto y la promesa de reducción del gasto público.

La necesidad de un giro no debería razonablemente dejar lugar a dudas. No se puede buscar el equilibrio del presupuesto en el actual clima de deflación y desempleo rampante. Las “Recomendaciones” de la Comisión europea tienden a perpetuar las condiciones ya experimentadas después de la crisis. Sin la previa reactivación de un crecimiento sostenido y duradero es insensato continuar manteniendo el  equilibrio del presupuesto y la reducción de la deuda. No obstante, no es posible ningún crecimiento en las condiciones actuales que son, a su vez, la premisa indispensable para dar confianza a los inversores privados.

7.    Mario Draghi, presidente del BCE, ha relanzado el papel de la política monetaria con el anuncio de nuevas medidas. Indudablemente los bancos y los mercados financieros se beneficiarán de la ampliación de la liquidez y de una nueva reducción de las tasas hasta proporcionar una penalización del 0,1 por ciento para los fondos depositados en el Banco Central Europeo con el propósito de estimular una mayor erogación del crédito a las empresas y a las familias. Se mantiene que la oferta de liquidez no puede ampliar las inversiones, empezando por las pequeñas y medianas empresas, si la demanda de sus productos se estanca o sigue disminuyendo. Draghi ha afirmado incluso que otras medidas no convencionales pueden adoptarse si lo exigiera una profundizacón de la deflaión. Una vez más la curación del enfermo se envía a la agravación de la enfermedad como si ya hoy no estuviera espantosamente grave.

En todo caso, la política monetaria puede ser un complemento útil, pero ella sola no puede curar la crisis e inducir a las empresas, en un contexto deflacionista, a invertir, a aumentar la producción y el empleo.   No es necesario profesar una particular fidelidad keynesiana para entender que la clave está en las inversiones públicas.

Se ha comparado la crisis del 2008 con la de 1929, pero se han oscurecido sus enseñanzas.  El New Deal fue una combinación de grandes intervenciones públicas y reformas sociales que cambiaron para el resto del siglo la fisonomía de las democracias occidentales. Hoy todo parece converger hacia una especia de Anti New Deal.

Se ha afrontado la crisis por las autoridades que dirigen la Unión y particularmente la eurozona con políticas equivocadas y desgraciadamente contraproducentes. Las elecciones de mayo han tenido el mérito de ser la única rebelión democrática posible que expresa un masivo voto de desacuerdo. Estos resultados podrían ser la última señal de alarma para las élites de gobierno de los tres principales países de la Unión después de Alemania.

Recoger dichas señales e imprimir un cambio radical de política a la nueva Comisión europea que será elegida con el necesario consenso de los gobiernos es hoy una posibilidad concreta y, al mismo tiempo, algo árduo porque implica un choque con Alemania, que es el verdadero dominus de la eurozona e indirectamente de la Unión europea. Las razones y las posibilidades de un cambio radical de las destructoras políticas europeas son la única salida positiva tanto para los gobiernos que han salido derrotados, como para Renzi que ha resultado victorioso. Con la condición de hacer una lectura transparente y realista.  La alternativa al cambio es una lenta agonía de la construcción europea tal como la hemos conocida o imaginada en su ya lejana fase ascendente.

(Traducción:  el Dómine Zépol)